Limite del caos.
No puedo evitar que me duela la panza cada vez que los veo felizmente por todos lados, y me siento como en una película de navidad donde el nene pobre (casi siempre llamado Timmy) limpia con su aliento y el puño un vidrio y mira a través de la ventana de la juguetería a los otros nenes eligiendo sus regalos, sabiendo que no va a tener eso que lo haría tan feliz.
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